Tengo 46 años, nací en los años setentas, cuando ya había cierta apertura sexual con respecto a la homosexualidad, al menos en otros países, México no era uno de esos países.
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía 2 años, lo que es un hecho muy relevante ya que yo crecí mis años formativos con dos mujeres, con mi madre y hermana, con una clara ausencia paterna. Mi proceso, el proceso de pasar de una sexualidad a otra, empezó desde una temprana edad.
En mi escuela Montessori, recuerdo que yo aprendí a relacionar mis emociones y relaciones con el mundo a partir de la pintura. Que me sentía distinto a los demás niños. No compartía su energía ni sus intereses. Cuando entré a la primaria mixta y choqué de frente con el sistema binario. Sabía que había algo muy violento en los hombres y sentía más interés por lo que hacían las niñas.
Yo creo que fue alrededor de los 8 años que entendí que me gustaban los niños. Ya había estado expuesto, ya sea por revistas o amigas, a cuerpos femeninos desnudos, pero no sentía atracción. En cambio, cuando me llevaban al club deportivo e iba a las duchas y veía salir a los hombres musculosos y de facciones rudas, me resultaban hermosos. Sentía que eran tan ajenos a mí, a ese niño escuálido y tímido que siempre fui. Nunca me sentí o identifiqué como mujer, simplemente me sentía como un hombre distinto.
En ese momento entendí que tenía que esconderme, que debía camuflarme ante mi familia, ante la sociedad, ante todos, para que no vieran mi verdadero yo. He ensayado tanto mi lenguaje corporal a lo largo de los años que ya me resulta casi natural. Incluso hay quienes me recriminan el hecho de que no parezco gay. En fin.
Ya en la preparatoria, de pronto llega una chica como más mi onda, más alternativa, grunge, una inadaptada, con camisa de franela, jeans rasgados y tenis converse, y muy guapa. En ese momento me dije que si había una mujer en mi vida debía ser ella. Hice hasta lo imposible por llamar su atención. Nos enamoramos, nos convertimos en highschool-sweethearts y duramos hasta los 24 años. Nos gustábamos mucho, nos queríamos mucho, fuimos y seguimos siendo compañeros de vida, pero sobre todo nos convertimos en cómplices de nuestros respectivos camuflajes.
Cuando entré a la universidad, a la Esmeralda, mi mundo cambió. Tuve un trío con una mujer y un hombre donde por primera vez besé a un hombre y la sensación que siguió parecía de otro mundo. Entendí que esto era lo que estaba esperando durante tantos años. Con esto corroboré, de una vez por todas, que era indiscutiblemente gay.
Por lo que me sentí obligado, en primer lugar, a confesarlo a quien en ese entonces era mi novia. Luego me seguí con mi madre y mis hermanos, donde no hubo tanto drama, pero a quien me aterrorizaba contarle era a mi padre, ya que se trataba de un hombre muy homofóbico y era muy violento verbalmente.
Tardé años en procesar y sopesar la forma en decírselo de la manera más
“adecuada”, pero ya cuando me había hecho del valor para contarle él había fallecido. Ése ha sido uno de los tormentos que más me han perseguido en la vida, de no poder contarle a mi padre de esa parte de mí. Sigo con pesadillas recurrentes en las que aparece para agredirme, para tacharme de “puto y maricón”, con esa homofobia rancia que tanto lo caracterizaba.
No sabría qué consejo darle a las juventudes LGBTTTIQ+ que aún siguen sin salir. Yo acabo de tener una relación de dos años con un hombre gay de clóset. Lo único que puedo decir al respecto es que la represión y el miedo son mucho más nocivas que lo que pueda resultar de la verdad.